Esa es la trampa del ego en la que caemos a menudo.
Querer brillar para ser reconocidos, para recibir aprobación, para alimentar nuestro ego de una u otra manera…
muy diferente a brillar. Sin el querer. Brillar a secas. Como es lo natural. Como lo hacemos cuando vivimos en comunión con la fuente, y siendo uno con el todo.
La diferencia radica en dónde ponemos el enfoque. En la primera el propósito es egoísta, en tanto que en la segunda es amoroso.
“No se trata de mí, sino de cómo puedo servirle yo al mundo” es una frase que me repito con mucha frecuencia.
Porque cuando renunciamos a nuestra pequeña individualidad para reconocer que es dándonos a los otros en donde verdaderamente está el sentido de la vida; es cuando se desvanece la ilusión del ego.
Por eso el antídoto del “yo” es el “tú”.
Porque en el estado en el que el yo es lo único que cabe, el sufrimiento está garantizado. Mientras que cuando se derrumban esos velos de ilusión, y recordamos que el propósito de la vida es amar (y amar incluye al otro)… entonces encontramos la plenitud.
Así pues, los momentos en los que dar nuestro 100% es la opción más difícil, pueden empezar a significar: “oportunidad para salirme del yo y recordar que es sirviendo al mundo como expreso mi capacidad de amor incondicional”.
Porque la verdad es que siempre que se nos dificulta ser nuestra mejor versión, es porque en algún punto nos compramos una o varias ideas del ego, estamos pensando sólo en nosotros, y nos desconectamos del amor.
Por eso “ser mi mejor versión” es sinónimo de “servir sin condiciones”.
Y la buena noticia, es que puede ser muy retador a veces; pero en la medida en que lo vamos logrando, no sólo nos liberamos del sufrimiento, sino que también abrimos las puertas de la abundancia infinita.
Hoy la invitación a hacer consciencia de cuáles son esos momentos en los que se te dificulta ser tu mejor versión, para empezar a identificar cuál es el pensamiento egoísta que está limitando la expresión de tu luz.
Ya lo habías pensado antes?